INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA LECCIÓN 4
LECCIÓN 4
CRISTOLOGIA
Hace 70 años, desde una cárcel de Hitler,
en momentos de desesperación tras el holocausto y años en guerra, uno de los
grandes profetas de nuestro futuro, escribió que hay una razón para seguir
amando a esta tierra sin desesperar: y es que ha producido a Jesús de Nazaret.
Parecerá una afirmación exagerada, pero sorprende por venir de alguien tan
sobrio y contenido como D. Bonhoeffer. ¿Quién era pues ese tal Jesús?
De los primeros testigos de su paso por la
tierra quedan dos rápidas pinceladas: “no buscó su propio interés”; “pasó
haciendo el bien y liberando a los oprimidos”. De quienes recogieron recuerdos
de su vida y los sistematizaron en forma de biografías-invitaciones a la fe,
podemos destacar algunos rasgos:
Procedía de un pueblo pequeño casi
desconocido. No tuvo estudios especiales, trabajó durante años en cosas de
albañilería. Un buen día comenzó a recorrer su tierra anunciando que es
posible otro mundo si nos decidimos a mirar a Dios con una palabra que, a la
vez, denota el máximo de familiaridad y cercanía, pero también la imposibilidad
de disponer de Él: pues, llámesele padre o madre, lo es de todos, no sólo mío.
Otro de sus biógrafos presenta como programa de su vida unas palabras del
profeta Isaías: “el Espíritu de Dios está sobre mí… para anunciar una
buena noticia a los pobres y liberación a los oprimidos”.
En consonancia con este programa, solía
comer públicamente con “gentes de malvivir”, desafiando una costumbre de su
época de públicos banquetes ostentosos de las clases altas. Se le conoce
amistad y cercanía con algunas prostitutas, a las que liberó de su esclavitud,
pero de las que decía que estaban más cerca de Dios que sus oyentes. Defendió a
las mujeres, rechazando el derecho al repudio que se atribuían los hombres de
su época, y abriendo a la mujer el estudio de la “Ley de Dios”, que su sociedad
reservaba solo a los machos.
Fue también un terapeuta innegable, pero
provocativo: parece que prefería curar en días “de precepto”, como si quisiera
mostrar que los enfermos tienen derecho a no esperar más, porque su salud es
más importante que la guarda de preceptos culticos. Una de las expresiones que
más se dicen de él es que “se le conmovieron las entrañas”.
Junto a esa práctica de misericordia tenía
a veces un lenguaje duro y provocativo: enseñaba a no llamar a nadie padre ni
señor: porque los hombres (aunque tengamos funciones diversas) somos todos
hijos de un mismo Padre y tenemos un único Señor que es Dios. Armó una
escandalera en el “vaticano” de su época, alegando que el culto a Dios
no debe ser ocasión de comercio. Su visión de los hombres cabe en una
palabra que sólo se ha conservado en sus labios: hipócritas (aunque esa
acusación la dirigió sobre todo a los poderes religiosos). Pese a ello,
exhortaba a ser misericordiosos como el Dios que Él anunciaba.
Su regalo era siempre la paz; y tenía una
extraña concepción de la felicidad, que prometía a quienes opten por los
condenados de la tierra desde una actitud de misericordia que genera hambre de
justicia. Porque veía al mundo dividido entre pobres, hambrientos, llorosos y
perseguidos, por un lado y, por el otro, ricachón hartos, que ríen y persiguen,
los cuales son “malditos”.
Por eso eran provocativas sus palabras
cuando entraba en el campo económico: los propietarios del “proyecto de Dios”
que él anunciaba son sencilla y únicamente los pobres (vivió en una sociedad
agobiada por las deudas, que llevaban a muchos a perder su terruño y dedicarse
a la esclavitud, la prostitución o el bandolerismo). Enseñaba que es
imposible que un multimillonario se salve, a menos que se produzca un milagro
que sólo Dios puede hacer: que se desprenda de su fortuna (salvo aquello
que necesite para una vida sobria y digna), poniéndola al servicio de las
víctimas. Porque, según él, ¨es imposible servir al Dios y al dinero.
La otra palabra que más se le aplica en
los evangelios significa, a la vez, libertad y autoridad: “las gentes se
maravillaban de la libertad-autoridad con que hablaba” y que no tenía nada que
ver con lo que estaban acostumbrados a oír.
Sorprendentes vida y palabras. Pero más
sorprendente es la reacción que desató: los responsables de aquella sociedad se
hartaron de acusarlo de populista y terrorista. La conflictividad explotó
cuando él puso de relieve que hablaba y actuaba así porque así es como actúa
Dios. Entonces se le tachó de blasfemo, y los poderes religiosos y políticos
dieron un respiro porque ya tenían algo claro por lo que condenarlo. Aun así, buscaron
para él la muerte más ignominiosa y la condena más “ejemplar” …
¿Es posible que haya existido un hombre
así? preguntaba R. Attenborough en su película sobre Gandhi. Prescindiendo
ahora del santo hindú (que se confesaba muy influido por Jesús), esa misma
pregunta sigue vigente para nosotros hoy. Los cristianos confiesan que un
hombre así fue posible porque era transparencia y calco del mismo Dios,
revelado en la humanidad de aquel hombre. Dios “hecho hombre”, pero no
simplemente hombre, sino Dios hecho esclavo.
Esa fe no se les exige hoy a todos. Pero
lo que sí pueden (y deberían) todos hoy, es saborear la humanidad de aquel
Nazareno. Y sacar enseñanzas.
PROBLEMAS DE LA CRISTOLOGÍA
JOSÉ MARÍA CASTILLO, TEOLOGO
Pablo no conoció
al Jesús terreno. A él “se le apareció” el Resucitado, cosa que Pablo repite
varias veces (Gal 1, 11-16; 1 Cor 9, 1; 15, 8; 2 Cor 4, 6) y de la que Lucas,
en los Hechos, presenta tres relatos detallados (9, 1-19; 22, 3-21; 26, 9-18).
Esto ya da idea de la importancia que el propio Pablo y su colaborador más
cercano (Lucas) concedieron a este acontecimiento. Por la terminología que se
utiliza en estos relatos, pronto se advierte que Pablo y Lucas pretenden
indicar que, en aquel acontecimiento, se produjo la manifestación de “un ser de
ámbito divino”.
Por tanto, el
punto de partida para estudiar la cristología de Pablo tiene que ser este hecho
capital: se trata de una cristología incompleta. Porque en ella falta casi toda
la información que proporcionan los evangelios y lo que esa información
representa: el conocimiento del Jesús humano. Además, parece que Pablo tampoco
mostró interés por informarse sobre la vida terrena de Jesús.
El propio Pablo
dice que, después de la revelación que Dios le hizo del Resucitado,
“inmediatamente, sin consultar a persona mortal alguna ni subir tampoco a
Jerusalén, a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde volví de
nuevo a Damasco” (Gal 1, 16-17). Y lo que es más chocante, Pablo llega a
confesar que el conocimiento de Cristo “según la carne” no le interesa (2 Cor
5, 16), una afirmación dura que, por más que se intente suavizar, en definitiva,
viene a decir que la “existencia terrena” de Jesús no entraba en el ámbito de
sus preocupaciones.
Esta constatación
nos lleva a caer en la cuenta de que la revelación que Pablo experimentó, en el
camino de Damasco, no fue una “conversión”, en el sentido propio y de esa
palabra. Primero, porque Pablo no se aplica a sí mismo el vocabulario
específico de la conversión. Y, en segundo lugar, porque él siguió creyendo en
el Dios en el que siempre había creído y viviendo la religión en la que había
sido educado. Por eso, cuando Pablo habla de Dios, se refiere al Dios de
Abrahán y a las promesas hechas a Abrahán (Gal 3, 16-21; Rom 4, 2-20). Y es
precisamente a partir de ese Dios, desde el que piensa que ha conocido a Jesús:
“cuando Aquél que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia,
tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles…”
(Gal 1, 15-16).
Esto quiere
decir que, en la teología de Pablo, el punto de partida del cristianismo no es
Jesús, sino el Señor exaltado por el Dios de la tradición israelita. Lo que, en
última instancia, significa que la cristología de Pablo arranca de una
convicción determinante: no conocemos a Dios desde Jesús, sino que conocemos a
Jesús desde Dios. Por tanto, no es Jesús el que nos explica a Dios, sino que es
Dios el que nos explica quién es Jesús.
Para Pablo,
pues, lo que el cristiano ha de dar por conocido es Dios, en tanto que el
desconocido es Jesús. Dicho de otra manera, la cristología de Pablo no modifica
sustancialmente el tradicional conocimiento de Dios que podía tener cualquier
israelita o incluso cualquier creyente en Dios. Porque el problema religioso
fundamental, para Pablo, no está en explicar a Dios, sino en conocer y
comprender a Jesús. La cristología de Pablo no significa que “en Jesucristo,
Dios mismo se ha definido de una forma enteramente nueva”.
De donde se
sigue que, en la mentalidad de Pablo, el cristianismo es – como lo fue el
judaísmo – una religión que se explica como un intento de buscar la “relación”
del hombre con Dios, no el proyecto de realizar la “unión” del hombre con Dios.
Con lo que se desdibuja y se difumina la originalidad del cristianismo como
mensaje para este mundo. El cristianismo es para Pablo, antes que nada, un
proyecto para el mundo futuro que trasciende este mundo.
Desde el momento
en que, como ya he dicho, Pablo no conoció al Jesús terreno, de condición
humana, puesto que sólo conoció al Señor glorioso, de condición divina, desde
ese momento Pablo se vio enormemente dificultado para entender a Jesús y, en
última instancia, para entender a Dios, el Dios que se nos reveló en Jesús.
Desde este punto de partida, la cristología de Pablo quedó condicionada por
contrastes que, más que un enigma (que se puede resolver), llegan a resultar un
verdadero misterio (que nunca encuentra solución).
El Dios de Jesús
sólo puede ser conocido desde la encarnación de Dios en Jesús. Ahora bien, si
Pablo no tuvo clara esta unión de Dios con el hombre, en el hombre Jesús de
Nazaret, los planteamientos y las soluciones, que aporta Pablo a la
cristología, se atascan con frecuencia en el enigma. Y a veces se hunden en el
misterio. De ahí que la cristología de Pablo, que llega a formulaciones mucho
más radicales y atrevidas que las de los evangelios, representa, sin embargo,
una dificultad para entender la cristología sobre todo de los sinópticos. Y lo
más problemático ha sido que (como está bien demostrado), junto con la
cristología del Logos, las ideas de Pablo fueron las más determinantes en las
formulaciones del dogma cristológico de Nicea y Calcedonia.
Y advierto que
todo esto se tiene que afrontar desde un punto de vista que me parece
fundamental: las cartas de Pablo se escribieron entre los años 50 al 57
mientras que los evangelios sinópticos no aparecieron hasta la década de los 70
(o. c., 48, 70 y 98). Esto quiere decir que, en la Iglesia naciente, se
difundieron las reflexiones de Pablo, sobre el Cristo glorioso, unos 20 años
antes que los relatos de los evangelios sinópticos, sobre el Jesús terreno. O
sea, en las iglesias del cristianismo naciente se conoció mucho antes la
“condición divina” del Cristo resucitado que “condición humana” del Jesús
histórico. Además, todo eso sucedió así en una cultura en la que resultaba muy
difícil unir lo divino con lo humano, por causa de las ideas gnósticas dominantes.
Por eso no es exagerado afirmar que Pablo marcó al cristianismo primitivo con
planteamientos que, más que enigmáticos, se nos hacen misteriosos, y a los que
la Iglesia no ha encontrado todavía solución, ni sabemos si algún día esa
solución se encontrará.
BIBLIOGRAFIA:
JOSE M. CASTILLO, El proyecto y tarea de Jesús, Cuenca-Ecuador 1991
BIBLIOGRAFIA:
JOSE M. CASTILLO, El proyecto y tarea de Jesús, Cuenca-Ecuador 1991
JOHN DRANCE, Jesus, Editorial Verbo Divino, España 1989
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