LITURGIA LECCIÓN 2


                       




EL FUNDAMENTO DE LA LITURGIA                    LECCIÓN 2

El Espíritu y la Liturgia
     Dios es Espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en Espíritu y en Verdad” (Juan 4:24) Nuestro entendimiento de la relación entre el culto y la fe en Dios se profundizará con algo de reflexión acerca del espíritu: el Espíritu Santo y nuestros espíritus humanos.
     En la discusión del culto como nuestra respuesta humana a lo sagrado, se dijo que la palabra sagrado expresa la imposible realidad de que lo absoluto, lo último, nos ha sido dado. Desde un punto de vista cristiano, sería más preciso decir que lo sagrado comunica la realidad de la auto-revelación de Dios mismo. Decimos que Dios es invisible e infinito. “A Dios, nadie lo ha visto jamás” (Juan 1: 18ª). Juan no quiere negar la realidad de una visión interior, pero si niega que los seres humanos ven a Dios con los mismos ojos con los cuales ven árboles, gatos, o cualquiera de los objetos físicos que constituyen el mundo visible. ¿Cómo pueden seres mortales finitos, condicionados por el tiempo y atados a lo corporal, tener un encuentro con el Dios infinito y absoluto? Para nosotros los cristianos la respuesta se encuentra en Mateo 11:27: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a los que el Hijo se lo da a conocer.”
     El pensamiento abstracto crea una brecha que no se puede cruzar entre lo universal y lo particular. Es difícil y quizás imposible explicar cómo dar con maneras para encontrar lo universal a través de lo particular. El arte, por ejemplo, demuestra simplemente una manera por la cual uno puede tener acceso a lo universal a través de una representación particular. La Mona Lisa es un cuadro de una joven mujer italiana del siglo quince con una sonrisa inescrutable. Para muchas personas es también una revelación de la esencia del ser femenino.
     La razón por la cual el pensamiento abstracto no logra demostrarnos cómo lo universal puede conocerse a través de lo particular, tiene que ver con la evasiva cualidad del espíritu. Sin lo que podemos llamar una unidad de espíritu, no se puede descubrir la relación entre lo particular y lo universal, y ningún argumento será convincente. Algunos al observar el cuadro de la Mona Lisa son envueltos con el mismo espíritu que el artista, y con este perciben la visión más amplia a través de la imagen particular que ha pintado el artista. Dios el artista se da a conocer a nosotros a través de una forma particular, a través del Espíritu.
     Los cristianos creen que a Dios siempre se lo ha conocido a través de formas particulares. En la tradición bíblica, las formas han sido principalmente palabras y eventos: eventos salvíficos, como el rescate del pueblo de Israel de Egipto en el Mar Rojo; palabras que queman, como los oráculos de los profetas. La frase Palabra de Dios llegó a ser la descripción común de estas formas particulares a través de las cuales Dios se hizo manifiesto. Por ejemplo, Juan 1:1 encuentra su máxima expresión en Juan 1:14, al aseverar la unidad de la PalabraVerbo – con el hombre Jesús de Nazaret: “Y El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros; y nosotros hemos visto su gloria, la que corresponde al Hijo Único del Padre.” Posteriormente, la teología cristiana ha entendido que en ambos casos de unidad se encuentra la obra del Espíritu Santo. Dios y el Verbo son uno “en la unidad del Espíritu Santo.”
     Por lo tanto, nuestro culto, nuestra respuesta a nuestro encuentro con Dios, es un
asunto del Espíritu. Nuestro espíritu humano es envuelto por el Espíritu Santo de Dios. Nuestros ojos y oídos interiores son abiertos por aquel Espíritu, y “el mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu” (Romanos 8:16) que Jesús es el Señor y nosotros los hijos de Dios. (Véase 1 Corintios 2:9-13)

La Fe y la Conversión       
     La respuesta humana a la iniciativa tomada por Dios el Espíritu es la fe. El culto sería igual de inteligible y hueco sin esta fe como lo sería sin la previa acción del Espíritu. La fe en el Dios cuyo amor es tan grande que no nos dejará ir, cuyo poder tan grande perdona todo pecado y vence la misma muerte, revelado en la vida, muerte, y resurrección de Jesús de Nazaret, es ante todo la confianza total en Dios. En este sentido primario la fe se encuentra más allá de las palabras. En el último análisis los cristianos creen y confían en Dios. Pero en un segundo sentido, la fe también envuelve la afirmación de ciertas convicciones que se pueden describir con palabras. Creemos que Jesús vivió y enseño, que murió, que el tercer día Dios lo levantó de los muertos. Creemos que Jesús es el Señor. Creemos que la muerte y resurrección de Jesús son las grandes señales de la naturaleza de Dios. Revelan por medio de las formas concretas de una vida humana el significado de la vida entera fundamentada en y sostenida por el poder avivador de Dios. De esta fe surge la auténtica liturgia.
     El llamado de la fe en cambio, requiere de nosotros un cambio de dirección, un cambio en lo que es nuestro centro. Sin aquello, hablar de la fe es una tontería, porque es la negación de tomar en serio al pecado – el pecado en nuestro mundo, el pecado en nuestras propias vidas personales. La conversión conlleva el reconocimiento de que el mundo pertenece a Dios y de que la responsabilidad que Dios nos ha encomendado se ha usado de maneras destructivas, contrarias a los propósitos de Dios. Entonces puede iniciarse el proceso a menudo doloroso, con el cual somos hechos signos externos y visibles de la obra de Dios en nosotros, llevándonos a la plenitud de vida. La fe requiere de la conversión.

La Liturgia y la Comunidad           
     La respuesta de la fe es una respuesta personal dentro de la comunidad de fe, la iglesia. Al principio mismo de la vida cristiana, en el propio bautismo, nuestra relación con Dios por medio de Cristo se ubica en el contexto de la comunidad cristiana. La fe que profesamos en el bautismo y que reafirmamos en cada eucaristía, es la fe de la iglesia, la fe del pueblo de Dios congregado en la unidad del Espíritu.
     Queda manifiesto que la celebración litúrgica de la iglesia no es una estrecha actividad religiosa. Encuentra su significado en toda la extensión de la vida y testimonio cristiano en el mundo. La verdadera liturgia es la expresión de una autentica comunidad cristiana. Brota de la vida en común de la iglesia y se hace señal de la existencia de dicha vida en común y fuente para su nutrición.
     El escándalo de de nuestra situación litúrgica actual no radica en su diversidad de estilos. La mayoría de nosotros, a menudo para nuestra propia sorpresa, descubrimos que podemos ajustarnos con bastante facilidad a nuevos estilos de culto, si son celebrados con integridad y expresan una verdadera comunidad de fe. El problema no está en la diversidad. El problema se encuentra en la separación entre la liturgia y la vida de la persona cristiana, y de la vida de la comunidad cristiana. Entonces la liturgia se ha hecho objetiva y despersonalizada, un texto escrito, en vez de la expresión en acción de una comunidad de fe. La auténtica liturgia es la expresión de la presencia de Dios por medio del Espíritu.
      
Misterio y Liturgia
     Al hablar de la fe como el fundamento de la liturgia, señalamos que el significado primario de la fe es la confianza en Dios, y que su significado secundario es el convencimiento de que ciertas cosas son verdades. Las afirmaciones particulares de la fe se describen como misterios: 1 Timoteo 3:16.
     Cuando hablamos de un misterio en nuestro lenguaje contemporáneo, generalmente nos referimos a una situación obscura cuyas causas no son claras. Un misterio es algo que no entendemos. En el sentido religioso un misterio también es algo que no entendemos, pero ahí termina la similitud. Un misterio – del griego mysterion – en este sentido original de la palabra indica los pensamientos y planes escondidos de Dios para la redención del mundo. Son escondidos de la razón, pero son revelados a quienes Dios desea redimir. Por ejemplo, Daniel 2:1-30.
     Para los cristianos la mente de Dios no ha sido revelada por medio de un sueño sino en una persona. En vez del misterio de Daniel o de cualquier otro, el Nuevo Testamento habla de la vida, muerte, y resurrección de Jesús como el misterio de Dios. Dios ha revelado el misterio de Cristo a la iglesia por medio del Espíritu (Efesios 1:9-10). En la parábola de la semilla (Marcos 4:11-12) vemos que los hechos acerca de las enseñanzas de Jesús y su vida y muerte, podrían ser conocidos por toda persona. Sin embargo, solamente aquellos a quienes era revelado el misterio podrían entender estos hechos como el plan de Dios para salvar al mundo del pecado y de la muerte. Es así como el “evento de Cristo” es un misterio; no un misterio en el sentido moderno de que sus causas desconocidas podrían ser descubiertas por alguien con suficiente paciencia e ingenio; sino un misterio en el sentido antiguo de algo que la razón humana nunca podría descubrir, pero que Dios ha declarado.
     Los sacramentos del bautismo y la eucaristía a menudo son llamados “santos misterios.” Ciertamente son misterios en el sentido de que nosotros no los entendemos plenamente. Pero, más específica y precisamente, son misterios porque a través de ellos participamos en el único misterio cristiano, la muerte y resurrección de Cristo. En el bautismo somos enterrados en agua, participando por fe en la muerte de Cristo; cuando salimos del agua, participamos por fe en su nueva vida. La fe conlleva no solamente entender el misterio cristiano sino vivir en su poder.

Liturgia y Símbolo

     Hemos visto que la liturgia involucra no solamente palabras sino acciones rituales. El ritual es una acción simbólica. Los objetos, movimientos, y los gestos, las palabras y aún los participantes mismos, todos apuntan a lo sagrado. Cuando participamos en el culto, hacemos uso de nuestra capacidad para hacer, entender, apreciar, y disfrutar de símbolos. Esta capacidad es uno de los fundamentos de la liturgia.
     Un símbolo es una cosa “arrojada con” otra. Syn es la palabra griega para “con,” bolein quiere decir “arrojar.” Un símbolo es algo que, al haber sido “arrojado con” algo más, significa esta otra cosa. Cualquier intento de comunicar o mediar la verdad acerca de Dios conlleva el uso de símbolos.
      Nos será de utilidad distinguir símbolos arbitrarios de símbolos participativos. Los ejemplos más claros de símbolos arbitrarios vienen de la matemática. x puede ser igual al número de manzanas en un primer canasto y y igual al número de manzanas en un segundo canasto. x y y son símbolos. Representan a otra cosa. Pero no hay una interconexión interna entre x y y por un lado y manzanas en el otro. x y y podrían igualmente representar el número de kilómetros que dos atletas corren en una hora.
     Por lo general las palabras también son símbolos arbitrarios. Pero los símbolos no solo representan objetos. Por ejemplo, la palabra mesa no es una mesa, sino un sonido emitido que después se convierte en una marca en un pedazo de papel. Pero la palabra mesa representa una mesa, y tiene la importante propiedad adicional de poder ser hablada y pensada. Las palabras son resúmenes de la experiencia. La palabra mesa significa la totalidad de la experiencia de una persona con objetos sobre los cuales escribe, come, y amontona cosas.
      Los símbolos no solo que representan objetos, sino que pueden evocar sentimientos, recordar memorias enterradas hace mucho tiempo, y combinar referencias de tal manera que hacen que el mundo sea nuevo. Esto nos hace ver que hay una segunda clase de símbolo, que es el participativo. Al contrario de los arbitrarios, los participativos sí guardan una interconexión interna con aquello que está siendo simbolizado. Por ejemplo, el pabellón nacional de un país – objeto – representa al país. Deshonrar el pabellón nacional es deshonrar al país mismo – objeto interconectado internamente con el temperamento de un pueblo. Para la comunidad cristiana la cruz es un símbolo participativo. Nos representa la realidad de la amorosa auto-entrega de Dios hasta la muerte. La plenitud de su significado jamás podrá ser agotada por paráfrasis verbales, y en ningún sentido es intercambiable. De manera única y poderosa representa la revelación de Dios en Jesucristo.
     Hay además una tercera clase de símbolo, y es la de darle al participativo un uso especial. Se puede llamar símbolo comunicativo. Un símbolo comunicativo no solamente representa determinada realidad, sino que además transmite dicha realidad, y ciertamente es aquella realidad. Por ejemplo, un billete de un dólar es un símbolo de un dólar, pero al contrario del signo $, que también es el símbolo de un dólar, el billete de un dólar transfiere el valor de un dólar dentro de la comunidad que lo honra. Nosotros no vacilamos al decir que el billete de un dólar es un dólar.
     Los símbolos religiosos más profundos son los comunicativos. El pan y el vino en la eucaristía son el cuerpo y la sangre de Cristo, y comunican esa realidad dentro de la comunidad de fe. Tan profunda es la relación entre objeto y símbolo que algunos teólogos no han estado dispuestos de manera alguna a hablar de los sacramentos como símbolos, para que no sean confundidos con símbolos arbitrarios – donde no hay una relación de interconexión interna entre el objeto y aquello que representa. Al contrario de lo arbitrario, Jesús es el símbolo comunicativo de Dios, llevado a ser identificado con Dios por obra del Espíritu. Es la realidad que representa. Los símbolos están en el centro mismo de la liturgia.  

Bibliografia:

-Geofrey Resson. Manual de liturgia, Quito - Ecuador 2010


Resultado de imagen para liturgia
 

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA HOMILETICA

TALLER BIBLIA 4

PRIMER TALLER LIBRO ORACIÓN COMÚN