LITURGIA 3 LECCION
LITURGIA 3 LECCION
La liturgia es pastoral
"La liturgia celebrada vitalmente ha sido a lo
largo de los siglos la forma más importante de la pastoral. Esto puede decirse
ante todo de los siglos en los que la liturgia fue creada", debiendo
también constatar: "Las oraciones y los cantos, sobre los cuales se
sustenta el sagrado acontecer, no se perciben ya más que como sonido para el
oído. La liturgia se ha convertido en una serie de palabras y ceremonias
misteriosas, que deben ser realizadas de acuerdo con leyes establecidas a las
que se procura seguir con santo respeto, pero que finalmente terminan
petrificándose"'.
La primera e
indispensable fuente del verdadero espíritu cristiano es la participación
activa en el culto público.
De este modo se consideraba la liturgia como
pastoral
Y, sin
embargo, los pioneros del movimiento litúrgico, basándose en la historia y en
su experiencia personal, con admirable constancia mostrarían que la liturgia es
por derecho propio, como vocación y destino, pastoral, es decir, abierta a la
participación del pueblo cristiano y con capacidad formadora de la vida de fe.
El altar ha sido siempre el centro de la vida de la
iglesia; quizá muy pronto no será sólo el centro, sino su vida entera. Es,
pues, muy importante que lo que sucede en el altar y desde allí llega a la vida
del individuo y de la familia retome su sentido más pleno y sus formas más
puras... Es necesario que la práctica de la liturgia se realice en función de
las parroquias como éstas son en realidad...".
La liturgia necesita una atención pastoral
El hecho de que la liturgia exigiese iniciativas
pastorales no sólo fuera, sino incluso dentro de la misma celebración.
La liturgia forma en la fe solamente si los sujetos
han sido educados para comprender su lenguaje y para participar activa y
fructuosamente. A menudo, sin embargo, la catequesis litúrgica de los comienzos
de siglo y del período entreguerras no tiene clara la perspectiva de la
participación y se reduce a un uso de la liturgia, a veces de sus aspectos
secundarios, para la explicación de las fórmulas catequísticas.
El mérito innegable de estos intentos de
catequistas y predicadores por revalorizar la liturgia como expresión de la fe
cristiana y por llevar al pueblo a comprender y a gustar de las celebraciones
litúrgicas es el haber hecho comprender que la liturgia por sí sola no llega a
expresar su carga formativa ni a comunicar sus virtudes santificantes. Esto ha
estado siempre condicionado por la preparación del receptor y por su fe; ahora
resulta evidente que la recepción fructuosa del sacramento exige una fe informada
para ser capaz de leer los signos celebrativos no restringidos ya
sólo a los signos esenciales, identificados por la materia y forma. Se
redescubre toda la celebración como una estructura dialógica, en la que se
significa el don de Dios y a la vez se expresa la respuesta de la iglesia. La
preocupación pastoral se orienta a descubrir las funciones y el sentido de los
elementos litúrgicos en la unidad significativa de la celebración; a
explicarlos, por tanto, en lo que dicen a la fe, incluso en relación a
acontecimientos o ritos de la historia bíblica y a valorarlos como momentos y
modos de una activa participación.
En un primer momento, el término asamblea se
usó para aludir a los fieles presentes que tomaban parte de la acción
litúrgica, que es celebrada por el presidente, obispo o sacerdote; sólo después
se clarificará — que la misma asamblea es el sujeto de la acción
litúrgica, aunque con roles diversos y funciones específicas dentro de sí. Por
lo tanto, es un deber pastoral el hacer funcionar la celebración, haciendo
conscientes a los diversos sujetos —"actores como son llamados"—
de su papel teológico y habilitándoles para desarrollar las funciones rituales
que les competen.
Liturgia y pastoral frente a las
"culturas"
La nueva sensibilidad orientó a la investigación
histórica, la reflexión teológica y las síntesis expositivas.
La teología litúrgica cada vez
reúne sectores más amplios de reflexión, considerando la celebración como cruce
donde se encuentran o desencuentran, se armonizan o se contrastan la
hermenéutica bíblica, las concepciones antropológicas, experiencias y proyectos
eclesiales. Los pastores, en su trabajo en torno y dentro de la liturgia, no
pueden llevar cuenta de todo esto. Sin pretender ser exhaustivos, hacemos un
elenco de algunos fenómenos importantes que han suscitado esa nueva
sensibilidad y colocan la acción pastoral frente a nuevos deberes.
Ante
todo, el descubrimiento de culturas, en el sentido descrito y con los
diversos estilos de vida que se siguen de ellas.
Otro fenómeno descubierto de un modo nuevo, justo
después de la reforma litúrgica, ha sido el de la religiosidad popular, que en
los ritos renovados no ha encontrado las adecuadas modalidades de expresión. Se ha acusado a la reforma litúrgica, y a la acción pastoral que la ha
seguido, de racionalismo e iluminismo, es decir, de demasiada confianza
en la racionalidad de un culto comprensible y accesible a la participación, y
al mismo tiempo de simplismo en la comprensión de la complejidad de lo
antropológico y cultural. Pero, de hecho, la existencia de las diversas formas
de la religiosidad popular ha sido la prueba de que también en el pasado las
propuestas pastorales oficiales del mundo eclesiástico a menudo no eran escuchadas
y quedaban sin incidencia en la experiencia, incluso religiosa, de gran parte
del pueblo cristiano. Este encontraba medios más espontáneos de manifestarse en
momentos y formas del sustrato pagano, aunque con un cierto barniz cristiano; o
bien usaba ritos creados eclesiásticamente, pero interpretados y utilizados con
intenciones y finalidades diversas. Se descubría así todo un espacio religioso
sumergido, huidizo para la predicación eclesiástica, aunque regularmente
recubierto por los sacramentos y por la participación en las fiestas. En el
mundo católico se ha preferido considerar las formas de la piedad popular
recuperando o renovando al margen de la liturgia renovada; pero en los pastores
más preocupados ha quedado la conciencia de haber hecho frente sólo en parte
con la pastoral litúrgica a las exigencias más o menos inconscientes de la
religiosidad popular. En Francia se ha hablado de cristianismo popular, llegando
a preguntarse si los modelos y las propuestas oficiales eclesiásticas agotan
los modos de percibir, sentir y vivir el mensaje evangélico
Un último
desafío es el que proviene de la cultura de la participación, que ha
marcado a muchos creyentes y practicantes entre los años sesenta y setenta, que
continúa produciendo una especial sensibilidad, esperanzas e iniciativas a
pesar del reflujo hacia lo privado. A esta cultura contribuyó también la
reforma litúrgica, aunque después no parezca haber correspondido adecuadamente.
Las desilusiones experimentadas por una participación solamente formal de
tipo colectivo más que comunitario, las frustraciones sufridas al intentar una
inserción más responsable en las estructuras eclesiales y las experiencias
concomitantes a menudo negativas en la gestión democrática de actividades
civiles llevaron a muchos fieles, incluso sacerdotes, a privilegiar los
espacios eclesiales como lugar de fraternidad para el diálogo de fe, para la
celebración y para las actividades pastorales. Nacen las misas en grupo, las
liturgias de las comunidades, las eucaristías domésticas. Las formas rituales
del Misal Romano, calcadas sobre las de las celebraciones basilicales
del s. iv y repensadas para asambleas dominicales parroquiales, no responden a
estas situaciones; la misma sede apostólica sintió la necesidad de elaborar
unas normas a este respecto, ampliadas en documentos episcopales. El fenómeno
se manifiesta más profundo, dado que implica a la misma reflexión eclesiológica
y se sitúa como punto de referencia inevitable de toda proyección pastoral y
litúrgica del futuro.
La preocupación de los pastores se ha dirigido preferentemente
a los estudios que demostraban la existencia de formas celebrativas de tipo doméstico
durante los primeros siglos, y que buscaban los núcleos originarios de la
liturgia cristiana en el contexto de la judaica. Se individuaban así los trazos
morfológicos y teológicos propios del culto eclesial, que celebra el
acontecimiento evangélico en su originalidad específica. Como estos elementos
primordiales han sido asumidos y desarrollados en otros contextos culturales,
surge así la pregunta de por qué no es ahora posible recorrer de nuevo el mismo
iter, siempre teniendo en cuenta todos los datos que la tradición nos
proporciona. Este trabajo de arqueología a la búsqueda de los signos litúrgicos
originales ha estado acompañado por la recuperación en la cultura occidental
del valor del lenguaje simbólico y por el análisis refinado de su
funcionamiento, dentro de esos sistemas lingüísticos que son las culturas.
Todo esto ha influido sobre la sensibilidad de los que se interesaban por la
liturgia desde el punto de vista pastoral: se comenzaron a examinar de un modo
más atento y exigente los ritos propuestos por la reforma litúrgica y se
consideró a los actores y participantes de las celebraciones como personas y
grupos fuertemente insertos en el contexto cultural de pertenencia. Ha surgido
la conciencia de que las iniciativas de aculturación de la liturgia no
resuelven por sí solas el problema, si no van acompañadas de un proceso de inculturación
de la evangelización y de la catequesis, y por tanto de las comunidades
eclesiales.
BIBLIOGRAFIA:
ESTERMAN, Josef, Filosofía Andina,
Abya-Yala, autoedición, 1988, Quito, Ecuador. (Cap. 9)
VIGIL, José María, Teología del
Pluralismo religioso, Edit. Abya-Yala, 2005, Quito-Ecuador, Cap 20 y 24)
JEREMÍAS, Joachim, La Última Cena,
palabras de Jesús, ediciones Cristiandad, Madrid, 1980. (Cap III y V)
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